Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, del 11 de noviembre al 9 de diciembre de 2022
Si hay algo en común en este conjunto de narraciones es el tema del fracaso. La gente triste no tiene piedad es un volumen donde todo huele a pérdida y dolor, aunque lo más llamativo es que no existe individuo ni situación que no esté atravesada por la deshonestidad. Mary Rogers ha escrito un conjunto de cuentos sencillos e inquietantes que denuncian una moral corrupta inscrita en acciones cotidianas.
Rogers expone sucesos y condena variados tipos de agresión, pero también ironiza con las infidelidades y el oficio de escribir. El abuso sexual es un tema recurrente. Así aparece en «La casa de papá», donde la progresión de los hechos y los indicios son mínimos. Pese a ello, todo apunta hacia el desenlace que revierte el mito del padre protector. Por otro lado, está «Luces», donde una chica es seducida por un extraño que opera a vista y paciencia de todos. Al igual que el anterior, éste es un clásico relato de final, es decir, donde en el desenlace se amarran todos los hilos de la trama.
A pesar del uso de procedimientos un tanto precarios, el conjunto es sobrecogedor, ya que apela a exponer hechos tan terribles y crueles que un mínimo de sentido común condenaría. Sin embargo, hay un aspecto que la autora elude: el detalle de los acontecimientos. Justo cuando se espera que la mirada penetre en los actos más viles, surge una suerte de paréntesis para pasar directamente a sus consecuencias. Esta omisión resta potencial a la crítica moral que el libro sostiene. En todo caso, Rogers se suma a una tendencia que se está imponiendo en ficciones tanto literarias como audiovisuales. Todo parece indicar que la batalla entre el bien y el mal está siendo ganada por el mal.
Este conjunto de relatos demuestra a una autora centrada en historias comunes, veloz en su aproximación hacia personajes incapaces de sospechar que pueden convertirse en víctimas. En esta escritura jamás existirá la posibilidad de un orden benéfico o relaciones intachables. Hay, además, un énfasis en la descripción de contextos y estados emocionales gratos que gradualmente se vuelven angustiosos como en el siguiente fragmento: «[…] las arcadas surgen espontáneas. No quieres llorar, pero lo haces hasta que se te secan los ojos. Miras el vidrio de reojo, la imagen de la amiguita de Marina forcejeando con él repta por tu cerebro, lo carcome. Te tomas la cabeza y gritas, gritas hasta desgarrarte la garganta».
La cercanía que estas narraciones establecen con los personajes femeninos es innegable; como muestra de eso están «Gardenias», donde la protagonista asesina a su amante, y «La gente triste no tiene piedad» (frase citada de Mariana Enríquez), sobre una mujer engañada por su pareja durante toda una vida.
Entre los desaciertos más importantes en este conjunto de narraciones está la presencia de dos prólogos (uno ya era un exceso) y la inclusión de «Angeles guardianes», donde se condena con saña a una provinciana por el hecho de migrar a la capital y anhelar un futuro mejor.
Más allá de estos desatinos, Mary Rogers logra ser eficaz en su cometido. Consigue conmover y de paso reafirmar la impunidad del mal materializado en personajes masculinos, lo cual otorga un importante enfoque de género a sus relatos. El corolario de este volumen podría ser que hasta el más simple acto puede tener consecuencias funestas, porque en el interior de cada individuo existe una cuota importante de maldad.
______________________________
Mary Rogers nació en Santiago en 1962. El libro que aquí se reseña es su segunda novela; la primera, «Fango», apareció en 2008 y luego fue reeditada con el título «Amores desesperados». También es autora del volumen «Partes del juego. Cuentos cortos para noches largas» y del conjunto de crónicas «Entre radios y medianoche». De profesión periodista, tiene una extensa trayectoria como conductora de programas radiales y televisivos.
Link original: http://letras.mysite.com/pesp101222.html